viernes, 20 de noviembre de 2009

LA DISCIPLINA ESCOLAR

El objetivo de la enseñanza es un ideal de disciplina. Saber para qué se educa o se prepara al alumno es la clave que decidirá el rumbo feliz de la formación humana. Toda la escuela refleja la sociedad de su época.


La disciplina es el terreno que marca la oposición entre dos generaciones. Y este no es sólo un problema escolar, sino social. La rebeldía como expansión y exteriorización no es un aspecto solamente de la psicología, sino también la base socio-cultural en la que se estructura una persona.


El docente debe conocer los procesos del grupo y del liderazgo, los problemas de tensión e intimidación que existen en el mismo y la necesidad de crear una atmósfera participativa respetuosa en el aula.


El concepto que se tiene y se da a la disciplina en las escuelas es que la sola enunciación de la palabra, despierta en los alumnos, una secuela de incomodidades y resentimientos.


El problema quedará resuelto cuando el adolescente comparta la vida de la escuela con amor y simpatía, sintiendo que su presencia en ella es una intervención positiva y generosa. La disciplina en los establecimientos educativos debe preparar hombres capaces de vivir y construir la democracia.


La tiranía, tanto política como escolar prepara seres sombríos y contradictorios.
Cada niño o adolescente que ingresa a la escuela es una incógnita respetable, una especie de jugada clave que el ajedrecista encierra en un sobre cuando suspende la partida.


La disciplina es una resultancia de la libertad a través de un juego de responsabilidades, y el logro a su vez, de personalidades ecuánimes.


No confiar en el alumno es una falta grave y sintomática. La educación solo puede sostenerse sobre la base de un gran optimismo y esperanza. Si se acepta que los adolescentes se muevan en un mundo difícil y conflictivo, también se deben encontrar sendas de serenidad y armonía para el logro de los objetivos formativos.


Los educadores deben mantener ocupados a sus alumnos con tareas que estén a la altura no sólo de sus apetencias personales, sino acorde a su capacidad intelectual, desarrollando al mismo tiempo un trabajo creativo y promoviendo los valores básicos de la convivencia escolar.


Toda escuela que acentúe el odio o indiferencia sembrará resentimiento y presionará sobre una disciplina de hipocresía. La rebeldía de los estudiantes se manifiesta en la confabulación contra la despersonalización que se practica muchas veces en los establecimientos educativos.


Es necesario y positivo generar un tiempo común en la comunidad educativa de cada unidad escolar para sentarse a pensar sobre el problema de la disciplina, considerando que una nueva concepción pedagógica de la escuela, basada en la democracia y en la participación solidaria de alumnos y docentes, impone cambios en las relaciones que se dan siempre en toda organización.


La enseñanza no consiste sólo en dictar clase, sino en vivir la escuela. Es obvio que quien respeta la personalidad del alumno crea un clima de libertad responsable en la que el maestro no dicta cátedra de moral ni de educación democrática: la vive.


Decía una excelente docente platense, Delia Etcheverry: “La escuela adquiere, por sensibilidad y compromiso histórico, la jerarquía de la liza donde se enfrentan y pulen su conducta los futuros caballeros. Es éste quizá, su mayor prestigio y responsabilidad. Saber para qué educamos, es la estrella que señala derroteros acertados”.




(*) Licenciado en Ciencias de la Educación y escritor bonaerense

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